Últimamente paso muchas horas en la planta de oncología
y cuidados paliativos y aunque no quieras, entablas conversación con los
familiares de otros enfermos.
La muerte, ronda siniestra por el pasillo a la
caza de su próxima víctima; pues raro es el día que el equipo médico no anuncia
la noticia de la inminente muerte de algún paciente a sus familiares.
Observo atentamente el cambio que se produce
en muchos de los cuidadores al conocer la noticia, según sea la edad, el parentesco
que los une y por otra parte, el tiempo que trascurre desde que se anuncia la
proximidad del fallecimiento, hasta el fatal desenlace.
Se pasa del llanto inicial, a la impaciencia
por qué dicho momento se dilata en el tiempo y lo que se esperaba a las pocas
horas de la trágica noticia, se alarga durante días. Entre cigarrillo y cigarrillo, entre café y café,
la impaciencia por que llegue el fin, hace que la gente diga cosas que, supongo
que no desearían para sí mismas, (amaras a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo); no comprenden
que solo Dios puede dar y quitar la vida, deberían pensar que se encuentran
ante un ser humano insustituible, único, con una vida, una intimidad y una
historia personal, que padece un gran apuro: SE ESTA MURIENDO Y LO SABE, además
padres, esposa, hijos agonizantes, son sangre de su sangre y una vez que mueran su vacío en
la tierra no podrá ser llenado.
Intentando ocultar la enfermedad al enfermo
En estos últimos diecinueve días de estancia en
planta, fallecieron diez personas,; por la edad casi todas estarían bautizadas,
muchas de ellas casadas por la Iglesia y sin embargo, en ningún momento vi
subir al párroco del Hospital a dar la unción de enfermos a ninguno de ellos,
no por dejadez del capellán sino porque los familiares no contactan con él
para que administre los sacramentos.
Este intento de ocultar lo que el enfermo
sabe, hace que en esta época la mayoría de los agonizantes no reciban ningún
tipo de consuelo espiritual. Sé que nuestro Señor les perdonara dada su situación,
pero ¿perdonara a quienes evitan proporcionarles la ocasión de ponerse en paz
con el Creador?
Tanto los enfermos terminales, como los que padecen
graves enfermedades y sueñan con pertenecer a ese mínimo tanto por ciento que
sobrevive al periodo de cinco años, necesita y muchas veces solicita aunque no
queramos darnos cuenta acompañamiento. Pide a su cuidador que no se retire, que
se siente; le pide tiempo y una silla pegada a su cama, y lo suplica como si se
tratara de la medicina más eficaz para su tratamiento. Pero ¿somos capaces de
sacrificarnos para ofrecérselo?, ¿dejaremos nuestros quehaceres diarios para "socorrer al enfermo"?,¿renunciaremos a nuestro bienestar para aplicarle los cuidados paliativos o preferiremos dejarlo en manos de otro ya sea residencia o acompañante de pago, con la escusa de que "estará mejor atendido"?
Debemos ser conscientes de la dignidad del
familiar enfermo, quitar tiempo de otras cosas para mirarle sin lastima, para
permanecer a su lado en silencio, tiempo fundamentalmente para escucharle. El
familiar enfermo, necesita desahogarse, expresar lo que piensa, manifestar sus
pensamientos y sus miedos, tiempo para hablar sin que le interrumpamos, sin que
le cortemos las frases ni contestemos por él, demanda que escuchemos incluso lo
que piensa sobre la misma muerte.
Al familiar moribundo se le ha de trasmitir
con palabras contundentes, que debe oír y con gestos evidentes, que debe sentir
que, como dictaba la doctora Saunders; “me importas tú por ser tú, sin juzgarte,
me importas por ser quién eres, donde estés, como estés, como seas y me importas
hasta el último momento”
En medio de una cultura utilitarista e individualista
, asumir este principio de humanidad es algo arduo y valiente.
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