Se acerca el día
veinticinco, día en que celebraremos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo,
y ahora que tengo nietos vuelve a preocuparme la educación religiosa de los más
pequeños de la casa.
Todavía debido a la
grave enfermedad de mi esposa, que la tiene o de camino al hospital o postrada
en cama, en casa con oxigeno, el bautizo de la pequeña se pospuso y el del
pequeño ni se plantea por parte de mis hijas; están a la espera de una operación que ellas
creen que salvara a su madre del mesioteloma, pero que no es otra cosa que una “simple”
decorticación paliativa para mejorar su “calidad
de vida”. Ya les he dicho que en Enero una vez salgamos del hospital hay que
poner fin a esta situación, ya que de la otra, de la enfermedad, solo el Señor
puede reconfortarnos.
En el fondo las comprendo
ya que yo mismo tuve una fuerte crisis religiosa cuando a una semana de la
Comunión de mi pequeña (con veintiséis años, una hija y sigue siendo mi
pequeña) fallecía mi suegra de un derrame cerebral en tan solo unos días, con
lo cual tan alegre celebración se convirtió en un contraste de sentimientos difícil
de explicar. Como no, solo vi un culpable, DIOS, el nos la arrebato privándonos
de su presencia.
Me aleje de su lado,
mas su luz nunca se apago. Espero, como un padre paciente espera que amaine el
berrinche de su pequeño. Sin gritarme, ni amenazarme; siempre junto a mi lado
evitando mis tropiezos. Hasta que un día derrotado y humillado como el hijo
prodigo, volví a él para pedirle perdón.
Ahora lo que recuerdo
de aquellos días fueron las palabras del Capellán de la Casa Grande (como se
conoce al Miguel Servet aquí en Zaragoza) cuando hablo con nosotros después de
confesarla y darle la unción de enfermos; “Que mujer, que entereza, que amor y
que FE”. La sonrisa de mi hija cuando avanzaba por la Iglesia de “Las Josefinas”
a recibir la comunión de manos del padre D. Jesús Oteo, que había sido profesor
mío de religión en Salesianos. Y estas palabras
de una carta del obispo san Braulio de
Zaragoza;
¡Oh muerte, que separas a los que estaban unidos y, cruel e insensible, desunes a los que unía la amistad! Tu poder ha sido ya quebrantado. Ya ha sido roto tu cruel yugo por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! Por esto podemos apostrofarte con las palabras del Apóstol: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Pero sigo comprendiendo su desesperación, y esperando que nuestro Señor las vaya guiando con esa dulzura con la que solo el sabe conducir a sus hijos.
Respecto a la navidad, mis hijas, ellas saben que en nuestra casa no entra papa Noel, “no tenemos chimenea”,el problema viene cuando se lo intentan explicar a las familias “políticas” y conseguir que esa noche sea una noche de cenar en familia, charlar en familia y VIVIR la familia y que no se convierta en la noche de los regalos sin fin. Que se le va ha hacer, nadie somos perfectos y cada uno elige su modo de celebrar.
Para esa Noche Buena,
nosotros, en casa, además de la cena en común,
tenemos preparado un nacimiento donde los niños y los no tan niños llevaremos
los regalos a Jesús. Porque es Jesús quien nace ese día y a quien hay que
agasajar, al igual que cuando nosotros celebramos el día de nuestro nacimiento
somos agasajados. Como son muy pequeños, será una simple bandeja con viandas
navideñas que Lucía dejara a los pies del niño mientras los mayores cantamos
villancicos y dejamos que ellos pongan la música con las panderetas, los
mayores ofrecerán sus donativos que se depositaran en la colecta de la misa que
oiremos juntos el día veinticinco en el Pilar. Pero también ellos, los peques, conforme
crezcan cambiaran su ofrenda; desde ofrecer un papelito con las promesas para
el año a depositar el sobrecito con parte de sus propinas que luego llevaran a la
parroquia.
Luego llegara fin de año y unos días después podremos
disfrutar con la cabalgata de Reyes, aunque este año tengamos que verla en la
televisión. Antes como es preceptivo habremos entregado nuestra carta, donde además
de pedir regalos expresaremos nuestros deseos de que este mundo, por fin, se
ilumine con la luz de nuestro supremo hacedor.
No seamos, como se
suele decir, del último que llega. Conservar las tradiciones es algo que nos
compete a todos. El mundo se mueve demasiado deprisa y muchas veces se actúa
por impulso, actuemos nosotros, los abuelos, como pacientes educadores
intentando que no se pierdan las costumbres que recibimos de quienes nos precedieron.
Ayudemos a nuestros hijos a inculcar la Fe en los suyos, como hicieron nuestros
abuelos con nosotros. El colegio enseña pero al final es la familia la que
educa.
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