Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la XXII Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene como
tema Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos»
(1 Jn 3,16), me dirijo
particularmente a las personas enfermas y a
todos los que les prestan asistencia y cuidado. Queridos enfermos, la Iglesia
reconoce en vosotros una presencia especial de Cristo que sufre. En efecto,
junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento está el de Jesús, que lleva a
nuestro lado el peso y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue
crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este
modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde
esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche
del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad
en su compañía, unidos a él.
El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la
enfermedad y el sufrimiento sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y
delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra que, por el
contrario, es la vida nueva en plenitud; transformado, porque en unión con
Cristo, de experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas. Jesús es el
camino, y con su Espíritu podemos seguirle. Como el Padre ha entregado al Hijo
por amor, y el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros podemos amar
a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos. La fe
en el Dios bueno se convierte en bondad, la fe en Cristo Crucificado se
convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba
de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el
prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que
está marginado.
En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos
con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido
lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos
dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Cuando nos acercamos
con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de
Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia
los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de
Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada
del Reino de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario