De los
sermones de san Bernardo, abad Sermón 5 en el Adviento del Señor
El Hijo de Dios en persona, aquel
que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible,
incomprensible, incorpóreo, principio de principio,
luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión
del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima,
palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en
ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre
se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual,
para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante,
asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido
en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo
y en su alma por el Espíritu (ya que convenía
honrar el hecho de la generación, destacando al mismo
tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo
Dios, nació con la naturaleza humana que había
asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí
contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las
cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.
Enriquece a los demás,
haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la
pobreza de mi condición humana para que yo pueda conseguir
las riquezas de su divinidad.
Él, que posee en todo
la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un
tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe
de su plenitud.
¿Qué son estas
riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio
en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas
no supe conservarla. Ahora él asume mi condición
humana, para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a
esta condición mía; establece con nosotros un
segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía que la naturaleza
humana fuera santificada mediante la asunción de esta
humanidad por Dios; así, superado el tirano por una
fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo
la liberación y nos llamaría a sí por
mediación del Hijo. Todo ello para gloria del Padre,
a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda su actuación.
El buen Pastor que dio su vida
por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada,
por los montes y collados donde sacrificábamos a los
ídolos; halló a la oveja descarriada y, una
vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos
que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida
celestial.
A aquella primera lámpara,
que fue el Precursor, sigue esta luz clarísima; a la
voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo,
que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto,
predisponiéndolo para el Espíritu con la previa
purificación del agua.
Fue necesario que Dios se hiciera
hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida.
Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado
con él, porque con él hemos muerto; hemos sido
glorificados con él, porque con él hemos resucitado.
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